Hola:
Apacible tarde de otoño, soleada y en calma en Cantejeira. Buscando la cascada, es fácil entretenerse en el pueblo de Cantejeira y sus prados de verde lujurioso. Pedir un café, de puchero, y repetir, no suele pasarme. La palloza te transporta al pasado sin ningún artificio; hay que visitarla. Y las comidas que pasaban tenían un aspecto muy apetitoso.
Más abajo, en Balboa, refresca. Me gusta el torreón, al que siempre he visto de lejos, sus pallozas hosteleras, sus hórreos.
En fin, fue como tomarme una tisana antipreocupaciones, rodando suave por esas espléndidas carreteras en cuanto a paisajes. Rozando el Camino de Santiago... Ganas me quedaron de subir a O Cebreiro, el día estaba para eso, pero tiempo habrá; espero.
Hasta luego.
De las tierras leonesas y de las cercanas, de lo que pasa y de lo quisieramos que pasara,...yo que sé.
28 noviembre 2015
23 noviembre 2015
Las Hurdes, La Alberca, Mogarraz, Sierra de Gata, Puentes de Trajano y Alconétar, Garrovillas.
Hola:
Como quiera que éste es un viaje para recuperar un pasado
perdido por un carrete velado, viene a ser un viaje en el tiempo. No sé cuántas
leyes físicas habré transgredido, pido disculpas matemáticas por ello.
En aquel entonces iba acompañado; ahora voy solo. Debo ser
un vino malo, en vez de mejorar, he empeorado con el paso del tiempo.
También era objetivo de esta incursión en tierras extremeñas
hacer una aproximación a Las Hurdes, lugar casi mitificado por mí. Ya solo los
nombres de los pueblos parecen dejar volar la imaginación: Rubiaco, Horcajo,
Riomalo, Saucedilla, La Huetre, Pinofranqueado, Caminomorisco, Carabusino,… Ahora
no me pareció una “tierra sin pan”, como rezaba Luis Buñuel. Y me alegro por
sus gentes.
He de decir que desde que llegué el primer día a Salamanca,
cerca ya de la raya con Cáceres, me parece que todos los hombres hablan como Curro
Jiménez: voz áspera, fuerte, recia.
En contraposición a mi voz
atiplada por culpa de la deshidratación y el frío. Me cuesta entenderlos. En
alguna ocasión pido que me lo den por escrito. Pero al día siguiente, con unos
vinos y el oído entrenado, los entiendo perfectamente aunque el etílico nos
entumezca los labios.
Me recibe el primer día camino de la Peña de Francia con
vientos huracanados, lluvia, niebla y frio. Total, que desisto de subir y sigo
dirección Mogarraz. La anterior vez que estuve, también la niebla impidió disfrutar
del paisaje.
Mogarraz es un pequeño pueblo que se caracteriza ahora por
tener casas al estilo de los colonos francos y porque en sus paredes exteriores
se pueden ver retratos de gente que vivió en ellas o las construyó. Las mujeres
parecen hermosas y honestas y los hombres recios, bien “plantaos”.
De Mogarraz me dirijo a La Alberca. Casas estilo colonos
francos de nuevo. Es un pueblo que medra gracias al turismo también y casi
visita obligada si se está por la zona. No cuento más, el pueblo habla por sí
solo.
Las Hurdes se pueden recorrer en buena medida a través de
rutas que cruzan numerosas poblaciones, como la ruta de Alfonso XIII, o rutas a
lugares típicos o de interés. Son más amplias de lo que pensaba y como dije, ya
no viven un siglo por detrás del resto. Tan amplias que me han quedado cosas
pendientes. El tiempo que hemos tenido hace que la Phytolacca vuelva a
florecer, justo ahora que nieva en el norte. Las Hurdes no le habrán dado
tierra a sus moradores, pero si un buen clima. Recorriéndolas a pie o en coche,
puedo decir que me recuerda un poco a los Incas, por tener los montes aterrazados en grandes extensiones; trabajo ingente para
tan poca gente (jjjjj) , logrado a base de generaciones y generaciones de
personas esforzándose por salir adelante en las mejores condiciones posibles.
Ladrillar, mi primera parada y ruta, huele a higuera. Pero Riomalo de Arriba,
huele a tristeza, a decadencia, a fin. Muchas cascadas y puentes por visitar. Muchas quedaron para mejor ocasión.
Veo la Sierra de Gata como es envasada en pequeños
paquetitos de unos cuantos troncos quemados, que después se amontonan en
grandes cantidades. Zumo de monte a bajo precio. El aspecto es desolador, no es
lo mismo verlo en la tele que allí.
Por el camino a mi siguiente destino, despereza el Sol los campos de
Brozas, con un verde luminoso, casi ofensivo.
Y otro dolor grande de las fotos perdidas, la plaza de
Garrovillas. Está mejor ahora que entonces. Sigue siendo guapa y coqueta. Sus
columnas torcidas aguantan el paso del tiempo con dignidad maltrecha. Es una
maravilla de arquitectura rural. No se puede dejar de verla si se pasa cerca.
El puente de Alconétar, siglo II, trasladado de su sitio original para evitar que quedase debajo de las aguas del embalse de Alcántara. No tiene porque sentirse inferior a los espectaculares puentes que se están construyendo actualmente sobre el pantano.
Ya se encienden las farolas. Ladra un perro lejano. Y la
noche lo envuelve todo en la quietud de los habitantes cansados. Solo un tio raro
ocioso camina por sus callejas casi a oscuras, y de vez en cuando deja oír el sonido
que hace una cámara cuando fotografía. Esta madrugada helará.
Hasta luego.
16 noviembre 2015
Por los picos de la cabecera del Valle del Río Ancares.
Hola:
Son días de frío ya, noviembre, -2 ºC en muchos puntos del trayecto. En los senderos más umbríos resbala el calzado en la escarcha.
La niebla envuelve buena parte de los valles, y lo hace con testarudez, sin abandonarlos hasta la tarde.
A partir del Miravalles la cosa se me complicó, ya con una buena caminata en el cuerpo, acabeme peleando con las escobas y urces sin encontrar senda río abajo. Y cansado de abofetearme con leguminosas y ericáceas, opté por subir al cordal que trasncurre entre el valle de Suertes y el de Tejedo para llegar a los cortafuegos que había visto. Creyendo que estos me llevarían sano y salvo a casa, resulta que se convirtieron en una trampa laberíntica, hasta que dí con el adecuado. Y pendiente abajo, casi dejándome rodar jjjjj, tras unos pocos metros de lucha con mis amigas las escobas, los piornos, las urces, los helechos y las zarzas, llegué al camino que va al pueblo de Tejedo. Unos pocos arañazos superficiales, y la ausencia de garrapatas, que comprobé más tarde en casa, fue un precio justo a pagar.
Y me fui como vine, con el sol por debajo del horizonte, solo que esta vez era el horizonte hacia el oeste, espectáculo gratuito que ofrece el universo para los que gozamos con él.
Son días de frío ya, noviembre, -2 ºC en muchos puntos del trayecto. En los senderos más umbríos resbala el calzado en la escarcha.
La niebla envuelve buena parte de los valles, y lo hace con testarudez, sin abandonarlos hasta la tarde.
Comienzo la ruta con los primeros rayos de sol lamiendo las copas de los árboles.
Hay más hojas en el suelo que en las ramas. Pero aunque hace frío, la subida hace que la temperatura corporal se eleve hasta superar el grado de confor.
Pasado el refugio, el cielo aparece y permite contemplar los abedules en su esplendor otoñal.
Al fondo se ve Miravalles, el que yo creía que iba a ser el último hito en mi marcha.
Ya por el cordal que pasa por Campanario y Cuiña, hubo un momento que creí estar en Cabárceno. La cantidad de fauna que brincaba por todos lados era espectacular. Las hembras de cabras montesas y los rebecos son huidizos. Pero los machos de cabra montés, parecen no verme y se acercan a tal punto que en una ocasión, en que parecía que ocupaba el camino que quería seguir el macho, pego un silbido o un soplido y se arrancó hacia mi con ímpetu. No me moví por la sorpresa y esperé el topetazo, pero a los dos o tres metros de carrera cambió la dirección y cruzó para el otro lado de la ladera .
Estos son rebecos
Este soy yo, sea la ruta que sea, siempre pongo la misma foto, hasta ahora ha colado. Por cierto, esta foto es de 1982 :-). Aquí todavía era feliz, no sabía la reventadura que me esperaba jajajjajaj
La niebla creo que no abandonó en todo el día la Hoya del Bierzo. Y con el frío, la central quema carbón para satisfacer la demanda de calefacción.
El Valle de Ancares, desde la cabecera, ya había dejado atrás el Cuiña, con su lago.
Y Balouta, que se ve en la ascensión al Miravalles
A partir del Miravalles la cosa se me complicó, ya con una buena caminata en el cuerpo, acabeme peleando con las escobas y urces sin encontrar senda río abajo. Y cansado de abofetearme con leguminosas y ericáceas, opté por subir al cordal que trasncurre entre el valle de Suertes y el de Tejedo para llegar a los cortafuegos que había visto. Creyendo que estos me llevarían sano y salvo a casa, resulta que se convirtieron en una trampa laberíntica, hasta que dí con el adecuado. Y pendiente abajo, casi dejándome rodar jjjjj, tras unos pocos metros de lucha con mis amigas las escobas, los piornos, las urces, los helechos y las zarzas, llegué al camino que va al pueblo de Tejedo. Unos pocos arañazos superficiales, y la ausencia de garrapatas, que comprobé más tarde en casa, fue un precio justo a pagar.
Y me fui como vine, con el sol por debajo del horizonte, solo que esta vez era el horizonte hacia el oeste, espectáculo gratuito que ofrece el universo para los que gozamos con él.
Hasta la próxima.
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