Son días de frío ya, noviembre, -2 ºC en muchos puntos del trayecto. En los senderos más umbríos resbala el calzado en la escarcha.
La niebla envuelve buena parte de los valles, y lo hace con testarudez, sin abandonarlos hasta la tarde.
Comienzo la ruta con los primeros rayos de sol lamiendo las copas de los árboles.
Hay más hojas en el suelo que en las ramas. Pero aunque hace frío, la subida hace que la temperatura corporal se eleve hasta superar el grado de confor.
Pasado el refugio, el cielo aparece y permite contemplar los abedules en su esplendor otoñal.
Al fondo se ve Miravalles, el que yo creía que iba a ser el último hito en mi marcha.
Ya por el cordal que pasa por Campanario y Cuiña, hubo un momento que creí estar en Cabárceno. La cantidad de fauna que brincaba por todos lados era espectacular. Las hembras de cabras montesas y los rebecos son huidizos. Pero los machos de cabra montés, parecen no verme y se acercan a tal punto que en una ocasión, en que parecía que ocupaba el camino que quería seguir el macho, pego un silbido o un soplido y se arrancó hacia mi con ímpetu. No me moví por la sorpresa y esperé el topetazo, pero a los dos o tres metros de carrera cambió la dirección y cruzó para el otro lado de la ladera .
Estos son rebecos
Este soy yo, sea la ruta que sea, siempre pongo la misma foto, hasta ahora ha colado. Por cierto, esta foto es de 1982 :-). Aquí todavía era feliz, no sabía la reventadura que me esperaba jajajjajaj
La niebla creo que no abandonó en todo el día la Hoya del Bierzo. Y con el frío, la central quema carbón para satisfacer la demanda de calefacción.
El Valle de Ancares, desde la cabecera, ya había dejado atrás el Cuiña, con su lago.
Y Balouta, que se ve en la ascensión al Miravalles
A partir del Miravalles la cosa se me complicó, ya con una buena caminata en el cuerpo, acabeme peleando con las escobas y urces sin encontrar senda río abajo. Y cansado de abofetearme con leguminosas y ericáceas, opté por subir al cordal que trasncurre entre el valle de Suertes y el de Tejedo para llegar a los cortafuegos que había visto. Creyendo que estos me llevarían sano y salvo a casa, resulta que se convirtieron en una trampa laberíntica, hasta que dí con el adecuado. Y pendiente abajo, casi dejándome rodar jjjjj, tras unos pocos metros de lucha con mis amigas las escobas, los piornos, las urces, los helechos y las zarzas, llegué al camino que va al pueblo de Tejedo. Unos pocos arañazos superficiales, y la ausencia de garrapatas, que comprobé más tarde en casa, fue un precio justo a pagar.
Y me fui como vine, con el sol por debajo del horizonte, solo que esta vez era el horizonte hacia el oeste, espectáculo gratuito que ofrece el universo para los que gozamos con él.
Hasta la próxima.