23 noviembre 2015

Las Hurdes, La Alberca, Mogarraz, Sierra de Gata, Puentes de Trajano y Alconétar, Garrovillas.



Hola:

Como quiera que éste es un viaje para recuperar un pasado perdido por un carrete velado, viene a ser un viaje en el tiempo. No sé cuántas leyes físicas habré transgredido, pido disculpas matemáticas por ello.
En aquel entonces iba acompañado; ahora voy solo. Debo ser un vino malo, en vez de mejorar, he empeorado con el paso del tiempo.
También era objetivo de esta incursión en tierras extremeñas hacer una aproximación a Las Hurdes, lugar casi mitificado por mí. Ya solo los nombres de los pueblos parecen dejar volar la imaginación: Rubiaco, Horcajo, Riomalo, Saucedilla, La Huetre, Pinofranqueado, Caminomorisco, Carabusino,… Ahora no me pareció una “tierra sin pan”, como rezaba Luis Buñuel. Y me alegro por sus gentes.
He de decir que desde que llegué el primer día a Salamanca, cerca ya de la raya con Cáceres, me parece que todos los hombres hablan como Curro Jiménez: voz áspera, fuerte, recia.  En  contraposición a mi voz atiplada por culpa de la deshidratación y el frío. Me cuesta entenderlos. En alguna ocasión pido que me lo den por escrito. Pero al día siguiente, con unos vinos y el oído entrenado, los entiendo perfectamente aunque el etílico nos entumezca los labios.

Me recibe el primer día camino de la Peña de Francia con vientos huracanados, lluvia, niebla y frio. Total, que desisto de subir y sigo dirección Mogarraz. La anterior vez que estuve, también la niebla impidió disfrutar del paisaje.

Mogarraz es un pequeño pueblo que se caracteriza ahora por tener casas al estilo de los colonos francos y porque en sus paredes exteriores se pueden ver retratos de gente que vivió en ellas o las construyó. Las mujeres parecen hermosas y honestas y los hombres recios, bien “plantaos”.






De Mogarraz me dirijo a La Alberca. Casas estilo colonos francos de nuevo. Es un pueblo que medra gracias al turismo también y casi visita obligada si se está por la zona. No cuento más, el pueblo habla por sí solo.





Las Hurdes se pueden recorrer en buena medida a través de rutas que cruzan numerosas poblaciones, como la ruta de Alfonso XIII, o rutas a lugares típicos o de interés. Son más amplias de lo que pensaba y como dije, ya no viven un siglo por detrás del resto. Tan amplias que me han quedado cosas pendientes. El tiempo que hemos tenido hace que la Phytolacca vuelva a florecer, justo ahora que nieva en el norte. Las Hurdes no le habrán dado tierra a sus moradores, pero si un buen clima. Recorriéndolas a pie o en coche, puedo decir que me recuerda un poco a los Incas, por tener los montes aterrazados  en grandes extensiones; trabajo ingente para tan poca gente (jjjjj) , logrado a base de generaciones y generaciones de personas esforzándose por salir adelante en las mejores condiciones posibles. Ladrillar, mi primera parada y ruta, huele a higuera. Pero Riomalo de Arriba, huele a tristeza, a decadencia, a fin. Muchas cascadas y puentes por visitar. Muchas quedaron para mejor ocasión.




Veo la Sierra de Gata como es envasada en pequeños paquetitos de unos cuantos troncos quemados, que después se amontonan en grandes cantidades. Zumo de monte a bajo precio. El aspecto es desolador, no es lo mismo verlo en la tele que allí.


Y llego al Puente de Valencia de Alcántara, sobre el Tajo, romano, mandado construir por Trajano, y mi mayor tristeza cuando el carrete se veló. Esta vez lo fotografié sin contemplaciones; me he resarcido. Tiene un belleza sobria que me atrae, y le acompañan el templo romano y la torre de fusileros. De allí también me llama la atención el recinto conventual San Benito.







Por el camino a mi siguiente destino, despereza el Sol los campos de Brozas, con un verde luminoso, casi ofensivo.


 Y otro dolor grande de las fotos perdidas, la plaza de Garrovillas. Está mejor ahora que entonces. Sigue siendo guapa y coqueta. Sus columnas torcidas aguantan el paso del tiempo con dignidad maltrecha. Es una maravilla de arquitectura rural. No se puede dejar de verla si se pasa cerca.





El puente de Alconétar, siglo II, trasladado de su sitio original para evitar que quedase debajo de las aguas del embalse de Alcántara. No tiene porque sentirse inferior a los espectaculares puentes que se están construyendo actualmente sobre el pantano.


Ya se encienden las farolas. Ladra un perro lejano. Y la noche lo envuelve todo en la quietud de los habitantes cansados. Solo un tio raro ocioso camina por sus callejas casi a oscuras, y de vez en cuando deja oír el sonido que hace una cámara cuando fotografía. Esta madrugada helará.





Hasta luego.