Sin embargo el calor aprieta, y las fuentes están secas. Pero el esfuerzo tiene la recompensa de las vistas.
Ya se ven otros valles de otras tierras. Y la montaña que parece una pez diablo, está mirando el lugar donde los romanos extrajeron oro en las entrañas de una ladera que tal vez no difiera mucho de la que vemos ahora.
Arriba, vuelve a aparecer el murciélago, que me resulta simpático. Diría El Quijote, "que me place".
Las Ubiñas hacia el este, destacan entre todos los picos de alrededor. Agrestes, casi crueles, con noticias de rescates, de heridos y de muertes. No son para mí. Sólo busco llegar, donde me lleven mis pies, sin "gatear".
Definitivamente el otoño se proclama con carteles como el del serbal de cazadores repleto de frutos, días antes de su llegada oficial. Está impaciente. Y lo espero con ganas. Con ganas de cambio. Con ganas de agua. Con avidez del colorido arlequinado de estos montes cuando deciden sus árboles comenzar a descansar.
Y llego a mi hogar temporal. Me espera la familia, la amistad, la sidra y el buen yantar.
Y un cielo donde no cabe una estrella más. La Vía Lactea dividiéndolo en dos. Y la constelación del cisne, que tal vez apunta que se acerca a nosotros de tierras más lejanas, para pasar el invierno con un poco más de comodidad.
Chao.