Empiezo mal, me pierdo con el coche. Me encuentro. A los pocos metros me vuelvo a perder andando. Marcha atrás y por fin doy con el camino correcto. Larga jornada espera.
Dejo atrás los melojos. No quedan sombras ya. Todo brezos y campas. Ahí quiero llegar, al Pico El Río.
Me encuentro buenos amigos por el camino, aunque es conveniente no acercarse mucho. Está en posición de ataque. Y atacó a mi vara. Se fue tranquilamente y yo seguí mi camino sin molestarla más.
Aun queda ganadería por estos montes. Asturiana de los valles, con buenos morfotipos y para producción de carne. Da menos trabajo, necesita menos inversión, y está menos regulada que la producción de leche. Creo que puedo decir sin temor a equivocarme mucho que hay buena carne en esta zona.
Desde el tsagunatso, que los hombres han ayudado para que conserve el agua más tiempo, puede verse el Cornón, la más alta cumbre de la zona.
Y como piano, piano se va lontano, al final llego, después de 4 horas. De parar un momento para comer un bocadillo de jamón con tomate del bueno. De ver la Tsagunona en las faldas del Pico Helena. Y me encuentro con unas vistas estupendas, y con un buzón que parece señalado tal vez por algún amigo de la Rosa de los Vientos y del ya desaparecido Juan Luis Cebrián.
Y dentro del buzón, una delicada nota, que alguien dejó dos días antes
Dejo el Pico El Río atrás; esta vez no "cresteo" Sierra Delgada, sino que la atravieso por un lado. Y al varíar un poco la ruta de vuelta, me encuentro un chozo de pastores, restaurado. Unos restauran, y otros destrozan, ya que se veía el humo de un incendio no muy lejos, y un helicóptero afanoso intentando apagarlo.
Y siete horas después, en casa. Sin ansiendades, sin urgencias.