MARINERO DE RÍO
a veces hay que irse no para salir de la zona de confort, sino para llegar a ella. Pero era una tierra de agua y fuego; sobre todo este último, y no sólo metafóricamente hablando.
Los grelos que comí estuvieron de cháchara toda la noche. O bailando con la orquesta que amenizaba las fiestas de Santa Isabel. Y no los calmó el Ribeira Sacra que suavemente bajaba por el gaznate. La música y el bullicio de la gente rebotaba en las piedras del castillo, en los ventanales de la plaza, en la madera de las ventanas con rotura de puente térmico. Pero entraba en la penumbra de la habitación, además de la luz de la luna. Las estrellas son las mismas, pero en el cielo entorno al escenario, se dibujaban constelaciones desconocidas...y artificiales.
La culebra, que se balanceaba acompasadamente con las olas cual otra planta acuática más, me miró a los ojos, mas no quiso hipnotizarme. Tal vez mis pies sudados en el agua del río Mao fueron suficiente repelente. Repelieron lo mismo al pobre pescador que se quejaba de que con tanta gente no picaba nada. También serpenteaban las pasarelas por el cañon.
Aunque el bocadillo me salió a precio de piedra preciosa, la ruta en el catamarán fue satisfactoria. La visión desde el río es distinta y complementaria a la de los miradores. La sonrisa permanente de la guía, la rubia del motorista, el tráfico de embarcaciones, los viñedos imposibles ... también son complementos. Van dos veces ya, y todavía me quedaron cosas pendientes. Quien sabe. Tal vez repita una vez más, soy de gustos sencillos y agrestes, aunque espero que no se me olvide el protector solar entonces.
Me traje dos extranjeras, bermellas ellas.
Hasta luego.
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