19 diciembre 2015

Por el entorno de las Ubiñas.

Hola:

un sábado cualquiera, sin planes de ningún tipo. Aburrido. Pues monte.

El viaje es agradable, excepto por la cantidad de piedras en la carretera en el desfiladero de Páramo. Y los paisajes, aun ya recorridos tantas veces, siguen siendo espectaculares (gracias a las dos que os percatasteis; pero como expliqué: al ser eXterior, es eXpectacular; si fuera INterior, sería INpectacular jjjjj) y causándome admiración.

Por un tramo por el que no he transitado tanto, descubro muchos rincones que me habían pasado desapercibidos.

Y llego al lugar. Donde una vez dos hermanos pedalearon juntos, a ritmo de turistas domingueros.

Y me adentro en ese camino que entonces no pude explorar.

Con la idea de preparar la ascensión a la cumbre, ando por estos terruños desangelados, sin presencia humana, pensando si habrá buenas rutas de ascenso. Y pensando también que en la primavera, encontraré en esta zona mi santo grial botánico, negado hasta ahora en las Ubiñas más holladas. Tengo el pálpito de que aquí podré encontrar el Callianthemum coriandrifolium; pero aunque no sea así, seguro que caerán otras "piezas" como la Hepatica que nunca en conseguido ver en flor, el Paris quadrifolia (siempre un placer encontrarlo) y al que sólo le conozco una ubicación.

Y de repente, tras pasar por un estrechón en la senda que provocan unos acebos... la belleza. Una belleza que no me esperaba. Una sensación de haber encontrado una especie de paraíso perdido. Y no me canso de mirarlo. Y subo más arriba y me sigue gustando. Todo un hallazgo para mi. Bálsamo de fierabrás para mis heridas mentales. Que dure lo que dure, pero la alegría de estos momentos no me la quitan.





Y cuando decido volver (ahora oscurece muy pronto)... esa luz. Mi luz. Entre vítrea y lánguida. Que iguala todas las cosas. Que permite verlo todo sin los profundos contrastes que genera la luz directa del sol.







El viento bronco, áspero, me acompañó todo el día. Agitaba árboles, ramas y hojas, lanzando a veces pequeñas cosas a mi cara; obligándome a agacharme o inclinarme contra él para impedir ser abatido, posponiendo o emborronado mis fotos. Pero con toda esa brusquedad, no era muy frío sorprendentemente, aunque las manos estaban un poco aletargadas.











Tuve un momento zen, agachado en el camino, casi casi con la mente en blanco. Las hojas secas de las hayas bailaban a mi alrededor alegres, saltarinas, dicharacheras, como exorcizando mis males. El vaivén hipnótico de unos helechos me mantenía absorto. El viento hacía crujir los árboles, con sonidos quejumbrosos, reumáticos, ahora aquí, después aquel otro, como un mantra adormecedor. Tenía que haber permanecido más tiempo, ahora me doy cuenta.

Ya en marcha hacia mi cueva, los hermosos pueblos, unas nubes espléndidas y las hojas que cubrían la carretera en muchos de los tramos, como nunca había visto antes.


 He de volver. Y fotografiar esas plantas si las encuentro. Y ver la laguna con más agua. Y ascender esa cumbre. Espero que nada me lo impida.


Hasta luego.

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