El paseo dominical empezó con malos augurios. El muñeco diabólico de ojos de hojas de acebo parecía que quería impedirnos el paso.
Pero sólo fue apariencia.
Paradójicamente, tanta luz impide ver. Sobre todo cuando uno sale de una temporada tan larga de predominio de borrascas y ciclogénesis pseudoexplosivas. Las nubes son espejos del espectro visible de la radiación solar y todavía no me puedo permitir unas gafas de sol :-).
Aún así es una alegría tanta blancura.
El general invierno es duro y severo, y las ramas parecen reverenciar su paso por el sendero.
Un fiero, en apariencia, mastín, parece que quiere decirnos que no pasemos sin su permiso.
Al final no sé si se cansó de hacer huella o de ladrarnos. Aunque lo volveríamos a ver un poco más abajo con el mismo diálogo.
Son animales nobles normalmente. Es mi perro preferido.
Mirando hacia atrás, con los pies mojados, aunque el bosque parece de cuento, me replanteo el seguir avanzando. Sin polainas, con los calcetines por encima del pantalón, "neumáticos de seco",...no he realizado unos buenos ajustes para esta carrera.
Así que emprendo la vuelta, aunque por lugares nuevos.
En la bisectriz del invierno, permitiéndonos que nos orearamos un momento, al final decide campar por sus respetos. Vuelve a su tono lúgubre. Vuelve a su frío extremo. Vuelve a encerrarnos con su toque de queda. Hasta la próxima...os digo a vosotros.